Voy a narrarles una experiencia, creo yo parte de mi vida, en el famoso salitral del fútbol.

Tenía 7 años , era el año de 1977 y en todo el Perú había una efervescencia inmensurable, Perú había clasificado al mundial de Argentina 78 y la selección nacional era una de las mejores de América (era Campeón vigente desde el 75) y era también de las mejores del mundo, nosotros los peruanos no lo sentía así, (grave error psicológico nacional) el resto del mundo si lo sabía y nos llenaban de elogios, Chumpitaz, Meléndez, Cueto, Velázquez, Sotil, Cubillas, JJ Muñante, Oblitas etc. lo demostraron con creces.
Tremendos jugadores de primer nivel mundial, yo los veía jugar en el televisor de blanco y negro a tubos, que con las justas prendía y se apagaba en cualquier momento. Recuerdo esa caravana interminable cuando Perú clasificó. Por esos mismos días hubo fútbol de liga del campeonato local, se jugaba el clásico del barrio San José, yo vivía y vivo en este caluroso barrio, que contaba con varios equipos en primera y segunda división, entre ellos Alianza Tumbesina, Defensor San José, 02 de Mayo, Círculo Rojo, Carlos Concha y otros.
Mi padre le alquilaba una casa contigua a la de nosotros al club Defensor San José, y era socio de este club, pero por esos años ya poco iba al estadio, yo ingresaba al club por la pequeña pared que dividía el club con mi casa, creo que me permitían eso por ser hijo del dueño del local, igual veía a los jugadores calentar, entre ellos a ‘Pistolas’, el goleador del equipo naranja, pero en los dos equipos había buenos jugadores, Cueto, el abuelo Ucañay, Baylon, la gallina, caña Vía y otros. Yo estaba en esa disyuntiva a que club hinchar, no dormía pensando cual era mi club favorito, al final los alentaba a los dos clubes cuando se enfrentaban con los de otros barrios.
Un pequeño camión los trasladaban al estadio, estaba muy cerca y algunos iban a pie, una vez fuera del recinto, tenía tres posibilidades de ver los partidos, pagar el ingreso y gastar mi propina, otra era ingresar por uno de los tantos hoyos en las paredes, por el lado opuesto y la última subir a un algarrobo y ver el partido desde allí, y había una cuarta posibilidad, Don Barreto, que era el encargado de controlar el boletaje, me dejara ingresar gratis, todo estaba en que se encontrara de buen humor, a veces le obsequiaba un dulce o refresco que mi adorada madre me entregaba antes de salir de casa, por Dios, no sé si esto era una forma de soborno, pero era algo ingenuo, pensaba que el pobre Barreto no comía durante todo el maratónico día en que se jugaban los partidos.
Una vez adentro, recorría el borde de la cancha, observaba a los jugadores que ya estaban en la cancha y a los aficionados en las graderías, con sus diferentes rostros y matices de acuerdo a lo que sucedía dentro de la cancha, rostros alegres, molestos eufóricos, o de una profunda tristeza, siempre buscaba un lugar alejado de la multitud, desde ya se expresaba en mí, la gran dificultad que tenía de relacionarme con la gente y era feliz observando las jugadas, me emocionaba hasta el tuétano y gritaba los goles a todo pulmón, también me enfocaba ver a las hinchadas de ambos clubes que alentaban a toda garganta al equipo de sus amores, muchas veces se insultaban entre ellos y a veces se agarraban a golpes a puño limpio, era raro ver esto pero pasaba y terminaban siendo amigos. era parte del fervor del fútbol en una época en la que Tumbes contaba con muy buenos equipos y jugadores.
ese día el clásico del barrio terminó empatado 2 a 2, los dirigentes y jugadores celebraron, algunos en los restaurantes que estaban cerca al salitral, entre ellos El Volante y las Cañitas, y otros lo hacían en los locales de sus respectivos clubes, al cual yo frecuentaba y observaba sentado a un costado estas celebraciones y conversaciones, hasta que me acordaba que tenía casa y que mamá ya me estaba buscando para que cenara, era para mí momentos felices que me dio el viejo y añorado Mariano Sánchez, recinto de mil batallas deportivas en el tiempo. Tiempo que no volverá y que recordaré toda la vida.