Las grietas se multiplican en el París Saint-Germain antes de recibir el martes al Real Madrid en la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones y un único pegamento sustenta al equipo más caro de la historia: Kylian Mbappé.
El joven delantero, que este verano hizo todo lo posible para pasarse al rival de los parisienses, que todavía no ha renovado su contrato con los franceses, mantiene paradójicamente en pie un edificio que hace aguas.
Su gol en el minuto 93 contra el Rennes anoche apareció como una pequeña anestesia en medio de todas las fracturas.
La más evidente, la que mantiene el club con la grada. El aficionado se aburre y no ve en el césped la promesa de lo que una plantilla tan afamada podría aportar.
La distancia entre los nombres y el fútbol ha acabado por agotar a los fans, que lo hicieron saber de forma sonora.
Tardaron 25 minutos en ocupar los fondos del Parque de los Príncipes, en señal de protesta por el rendimiento del equipo y, cuando lo hicieron, estaban pertrechados de pancartas duras con el club y con los jugadores.
«Una plantilla descuidada, una disciplina que deja que desear, mercenarios pagados de más», escribieron en sus manifiestos, en letras grandes, para que nadie pudiera ignorarlo.
También dejaron claro el blanco de sus iras: «Leonardo: es hora de marcharse».
El director deportivo es, a su juicio, responsable de que el equipo no esté rindiendo. Por ahora, Mauricio Pochettino, que no ha dado con la tecla para hacer jugar a la constelación de estrellas, y Nasser Al Khelaifi, que ha amasado esa galaxia a base de talonario, quedan en un segundo plano.
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