«Mi buena mamita me lleva a la mesa, me da la sopita y luego me besa». No se si fueron cinco o veinte las veces que repetí esos versos, sin siquiera comprender su significado. Solo recuerdo que al hacerlo una emoción gigante me hacía sentirme más tuyo que del resto. Quizá, el recuerdo de tu abrazo, de tus besos y de tu regazo volvía a erizar mi piel. Si pudiera decidir el inicio, sería como fue, con la misma condición, que sea tu rostro lo que vea primero.

El amor que viene de ti es infinito; nos hace fuertes, capaces de hacer lo que parece imposible. Fue tu amor el que hizo que la conmemoración del fallecimiento de una mamá, la de la norteamericana Anna Jarvis, trascendiera en 1907 lo que hoy es el Estado de Virginia (EE.UU.), y lograra que todos los estados de la Unión reconociera ese día como el «Día de las Madres»; y hoy en casi todo el mundo. Le costó años de cartas a gobernadores, congresistas y personajes importantes, motivados por ese amor.

Porque como dice la canción De Vita, la mamá es la que siempre espera, «no importa la hora, allí está tu cena y sin pedirte nunca nada a cambio». Ella «es una rosa de pétalos ajados que guarda su perfume muy junto al corazón, viviendo nuestra angustia» sin saber nosotros «lo que ha llorado», le cantaba Jaramillo. Porque su amor, cantaba Leo Dan, «arde como lucecita» haciéndonos siempre compañía. Y es que, como expresó Cerati, ella sabe muy bien las batallas que perdimos, y sabe también que queremos regresar solo a besarla. 

Para mamá seremos siempre niños, sin importar la edad; jóvenes o viejos para ella seguiremos siendo niños. Y es que a pesar de hacernos grandes, de alejarnos para construir nuestro propio destino, ella siempre espera. Aunque no volvamos, aunque tardemos, o parafraseando a Serrat, aunque hayamos perdido el camino de regreso, estará allí, esperando. Será siempre nuestro amor eterno. Como lo describió Juan Gabriel, estrujándonos el corazón, será también la tristeza de nuestros ojos llorando en silencio por su amor, el que el tiempo nos hace sufrir por su adiós.

Este domingo no será el mismo sin ti a mi lado. Extrañaré tu abrazo, tanto o más que tus besos, tu «te quiero, mi hijito» musitado mientras me fundía en tu pecho. Hoy te amaré más y te cuidaré más en este o cualquier otro tiempo, porque te amo, mamá. Feliz Día.

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