«Gane quien gane, a mí me da igual», me dijo hace algunos días un amigo luego de lamentar que nosotros, «como sociedad, como país en crecimiento que ha superado varias crisis», me decía, nos encontremos en esta situación. La segunda vuelta es bizarra, «tendremos que decidir entre el cáncer y el sida», finalizó su reproche como también sintiéndose culpable. Para mi amigo, abogado como yo, pero dedicado al sector privado, nos merecemos un gobernante con un perfil muy superior al que tienen los actuales candidatos a la segunda vuelta.

Tanto los simpatizantes de cada candidato, como los que mantienen la intención de no votar o anular su voto, consideran que este escenario ha sido el peor planteándose la monumental interrogante -verdaderamente ociosa para cualquier efecto- de ¿cómo es posible que hayamos llegado a este punto? La respuesta fácil es que la corrupción llegó a todos lados y la crisis institucional de los partidos políticos ha hecho que la política en estos tiempos sea considerada una mierda. La respuesta difícil rechaza de plano lo anterior como única verdad, y se plantea una explicación más que lógica. La situación actual es la consecuencia del desapego y la falta de interés, precisamente, en la política. Somos los ciudadanos (en su rol de candidatos o de electores) los que hacemos de la política lo que es.

Cuando uno dice que le da igual quien gane, dice lo que siente, pero no es la verdad. Lo que pasa, o debería pasar en la política importa, porque impactará, más temprano que tarde, en nuestra vida cotidiana. Desde el aumento del precio del pan, del pollo, pasando por el incremento del precio del pasaje en el transporte urbano, o el interprovincial, hasta el precio de la gasolina, todas estas actividades están sometidas de alguna manera a las decisiones de gobierno. Las leyes que aprueba el Congreso y las normas que emite el Poder Ejecutivo para reglamentar aquéllas, o para regular asuntos sectoriales, son la manera como se materializa una política pública.

Como lo recuerda Eugenio Lahera P., en «Política y políticas públicas», libro publicado por la CEPAL, «tanto la política como las políticas públicas tienen que ver con el poder social», pero mientras que la primera es un concepto relativo al poder en general, las políticas públicas abordan soluciones específicas de cómo manejar los asuntos públicos. Y quienes hacen que las cosas pasen del mundo de las ideas al de la acción pública son los políticos (¿Y si entramos a hacer política?).

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